Agua y Territorio

La (re)municipalización del agua y la relación con el territorio.

El municipio como territorio a fortalecer, a resignificar y recuperar. El municipio como el espacio común articulado por los vínculos fundamentales de las personas que lo habitan y que se sienten parte. El municipio como la unidad de sentido territorial más cercana. Esto es, el municipio como el espacio que se vive, que existe, que es real, que debe proveer de las necesidades básicas y cumplir con criterios de justícia social y ecológica. El espacio donde los políticos tienen cara, nombre y apellido, y donde la capacidad de agencia es real, concreta, posible y visible, y no algo abstracto.

Todo ello conlleva la necesidad de pensar un modelo de gestión del agua que incluya la dimensión social (valores simbólicos, organización social, diferencias entre estructuras sociales cultura política y económica). Pero no un modelo cerrado e impositivo, sinó abierto y dinámico, capaz de no cerrarse en sí mismo, pero no por ello menos sólido y consistente. En este sentido, la (re)municipalización se convierte en el espacio que hace posible la creación de nuevas propuestas de gestión del bien común en un contexto municipal, puesto que uno de sus puntos fuertes como concepto es su carácter local.

 

Construcción de territorio, municipalismo

Cuando hablamos de (re)municipalización no hablamos en stricto senso de la recuperación de la gestión de un servicio que retorna desde la gestión privada, entre otras cosas, porque no toda la casuística responde a esta primera idea. Hay casos de municipalización, por lo tanto de otorgar por primera vez la gestión del servicio al gobierno municipal y hay casos de recuperación por parte del ente público.

Podemos decir que (re)municipalizar implica una gestión pública, entendida como común, pero a partir de tres ejes fundamentales, tales como, el carácter eminentemente local, con una estructura más democrática, esto es, con herramientas que garanticen el ejercicio de la democracia directa o participación substantiva o “control social ciudadano” y ecológicamente sostenible. De este modo (re)municipalización es un concepto, una idea de transformación que trasciende el campo de la gestión.

Los tres principios sobre los cuales se sustenta y que la definen, pueden ser adscritos a formas de gestión vinculadas con el marco de los nuevos comunes, que a su vez, beben de distintas fuentes de praxis históricas y que comparten principalmente que el ámbito social y político van de la mano y son fruto de la co-responsabilidad, es decir, de la responsablidad compartida.

Estos tres ejes, son informadores de varios aspectos, pero aquí nos centramos en desarrollar, cómo la (re)municipalización se relaciona con re-territorialización en términos políticos, sociales y ecológicos.

 

 

En términos ecológicos

Entender el agua como bien común implica la inclusión de la esfera del entorno como elemento central y no periférico, para dar forma al precepto “ecológicamente sostenible” desde la visión socio-ecológica, según la cual las sociedades humanas son siempre en relación con el medio en el cual existen, en tanto que son parte del mismo, pero no de forma determinista, sinó en términos de interrelación. Laval y Dardot (2015), se percatan de que “no se trata tanto, de proteger ‘bienes comunes’ fundamentales para la supervivencia humana como transformar profundamente la economía y la sociedad inviertiendo el sistema de las normas que amenaza ahora muy directamente a la humanidad y la naturaleza”, haciendo referencia al hecho que la noción de bien común y su vínculo con el quehacer ecológico no se da en los términos históricos y clásicos de la gestión comunal, si no en una traducción epistemológica y ontológica del mundo.

La perspectiva socio-ecológica rompe con la tradicional visión histórica centrada en la dicotomía cultura-naturaleza, en la cual, la naturaleza es exógena a la cultura, cuando en realidad, como analizan los estudios de paisajes culturales, tal división es más de carácter epistemológico que no material. Dicha epistemología ha trascendido y permeado por siglos la visión de la relación del ser humano con su entorno y aun guía de forma generalizada la mayoría de políticas relativas al medio ambiente y el imaginario colectivo. Sin embargo, desde la visión socio-ecológica, el medio ambiente no está fuera del ser humano y sus sociedades, sinó que el ser humano es un elemento más de esta compleja amalgama que son los ecosistemas entendidos como sistemas complejos. El medio ambiente forma parte de las propias sociedades humanas introduciendo un cambio diametralmente opuesto al papel que se le da al medio ambiente y la dimensión ecológica en el marco de gestión predominante hasta la fecha.

En el modelo predominante el entorno, la mayoría de las veces, es incorporado a la normativa y la gestión desde el marco economía ambiental que se caracteriza por una valoración monetaria de los beneficios y los costes ambientales puesto que parten de los supuestos de la economía estándar (Aguilera Link, 2011). Este hecho favorece la búsqueda del aumento del valor del agua como mercancía, de modo tal que la somete a una lógica de valor de cambio desde la cual debe proporcionar beneficios, toda vez que la aleja de su valor de uso, que favorecería la posibilidad de regeneración de los cuerpos de agua. De hecho Wood (2008) detecta que en las políticas ambientales no se tiene en cuenta un elemento clave para favoerecer la recuperación de dichos cuerpos de agua: el tiempo. Si los tiempos que requieren los ecosistemas para la recuperación de sus condiciones no son tenidos en cuenta (por lo tanto incluidos en los proyectos y en la intesidad y formas de uso), los resultados en términos de protección y mejora de dichas políticas son escasos. Desde el marco ambiental, la relación en términos ecosistémicos no varía y la gestión se continúa planteando desde el deslinde entre su gestión y sus efectos en los ecosistemas de los que también forman parte las sociedades humanas, por lo tanto, éstas también son receptoras de los efectos derivados de esta perspectiva gestora. Esta orientación conlleva la implementación de políticas que mantienen la sobreexplotación de los acuíferos, de protección económica y de fomento de los mercados del agua.

Desde el marco de la (re)municipalización lo que trasciende es la relación con el entorno en términos de resiliencia, esto es, usar el agua a partir de la disponibilidad real, desde la lógica de los sistemas socio-ecológicos complejos. Para ello es importante la realización de estudios para determinar los umbrales del sistema hidrológico de cada municipio y así tener elementos que nos permitan establecer las polítcas más adecuadas para la transición social y económica necesaria a este efecto, siempre sin perder de vista, que la transversalidad democrática no es ajena a la resiliencia ni al modelo socio-ecológico, sinó todo lo contrario. Justamente dicho marco permite profundizar en una democratización del espacio local y los mecanismos de tomas de decisiones. Estos elementos posibilitan replantear los principios y las prioridades en el uso del agua, ampliar los actores que forman parte de los procesos de tomas de decisión, la coordinación con otras localidades, replantear las formas de evaluación y los criterios de gestión.

 

En términos políticos

Como se ha ido viendo, (re)municipalizar no es un acto de dimensión gestiva. A parte de ecológico, es sobre todo un acto político y social que implica, más allá de la recuperación de la gestión, fomentar que ésta tenga arraigo con el lugar donde se da y se desarrolla.

Que la (re)municipilización ponga su énfasis en la escala territorial local es altamente representativo de un cambio de modelo más profundo. Es un paso hacia un modelo territorial descentralizado y basado en la coordinación. Un modelo de proximidad que debe incluir necesariamente, por su coherencia epistemológica, el rompimiento con aquellas lógicas basadas en las dicotomías “dentro-fuera”, centro-periferia y la des-localización de las tomas de decisiones.

La (re)municipalización surge como una respuesta a la acaparación en las últimas décadas ha sufrido, en este caso, el servicio básico de abastecimiento de agua urbana de las ciudades, por parte de grandes multinacionales como AGBAR. Hay que añadir que la casuística dentro del propio Estado Español es variada, y más aún cuando nos referimos a escenarios como los de América Latina, que son de gran relevancia para el empredimiento de estos caminos y una valiosa fuente de conocimiento que enriquece los debates sobre experiencias de (re)municipalización del servicio de abastecimiento de agua, pero siempre sin perder de vista, que más allá de las privatizaciones, el servicio de abastacimiento de agua urbana se encuentra en una situación muy distinta a la de los países europeos.

Ahora bien, no se puede obviar ni dejar en el cajón del desconocimiento que históricamente la gestión del agua en la mayoría de las ciudadades europeas, ha estado en manos privadas. Pero aqui no hablamos de propiedad, es decir, no nos quedamos en el quién sinó que el debate en el que nos centramos se abre hacia el cómo. Es decir, además de una gestión pública, ésta debe ser realmente democrática y transparente. Para que ambas “palabrejas” tengan sentido hay que trascender las formulas generalizadas de participación social para emprender propuestas de praxis en las la ciudadanía sea una parte imprescindible a la hora de tomar las decisiones. Esta es una de las grandes puertas que abre el carácter local de la (re)municipalización.

Todo ello, todas estas virtudes no son algo que venga por defecto. Hay que lucharlo y construirlo y esta es su gran ventaja, en tanto que su carácter local permite romper con la lógica gestiva homogeneizadora que predomina en esta materia. Todo este paradigma parte del agua como bien común. La importancia del carácter local radica en el propósito de desmercantilizar la concepción que marca las actuales formas de su gestión que buscan su estandarización. Por lo tanto, por su noción de bien común de carácter local, la gestión del agua se sitúa en un marco que permite pensar a partir de ciertos criterios y principios básicos consensuados que deben ser compartidos, pero con la inclusión en la estructura del espacio y el margen suficiente para la incorporación de formas locales de organización.

En este sentido se construye territorio, puesto que lo que se contempla es la propuesta formas de gestión vinculadas al espacio y sus localidades, eso es, en términos socio-ecológicos, donde las personas forman parte de esta gestión teniendo el control sobre las tomas de decisiones. De esta manera las instituciones municipales son a la vez sociales y políticas, en tanto que quien toma las decisiones son las propias personas, no espacios meramente políticos deslindados de su entorno y la ciudadanía. La creación de estructuras de ámbito local implica la construcción de autonomía en las tomas de decisiones que involucran el propio espacio, por esto (re)municiplaizar, puesto que se traduce en la construcción de estructuras de tomas de decisiones sobre temas vinculados con el día a día de las personas, es una recuperación de espacios de poder, y en este sentido se forma territorio.

Podríamos concluir, que con la (re)municipalización se materializa, esto es, toma cuerpo y forma, un cambio profundo como lo es la escala local y todo aquello que se le asocia en términos políticos, sociales, económicos y ecológicos, generando una tensión importante frente a los mecanismos que promouen la deslocalización como forma de entender, vivir y gestionar el mundo, con sus efectos de devastación social, ecológica y de concentración de poder en las tomas de decisiones.

Relocalizar y descentralizar implican recuperar de autonomía y autogobierno, por lo tanto, recuperación de la capacidad de decidir sobre los principios de gestión del abastecimiento, su organización y su distribución a partir de criterios cercanos a las necesidades sociales y ecológicas del entorno directo de la localidad. Desde una compresión del poder como relaciones, la descentralización, en tanto que aumento de competencias, y por lo tanto, de capacidad de decidir de forma autónoma y sobirana, conlleva fortalecimiento local frente las tendencias centralizadoras y deslocalizadoras. Se trata pues de entender el municipio como el espacio común.

Es importante subrayar que en la (re)municipalización el territorio-municipio es entendido como un nodo que a su vez forma parte de una red extensa. Una concepción de nodo como espacio de concentración de relaciones, como unidad abierta y sistema complejo pero en el cual las tomas de decisiones son comprendidas en términos de co-responsabilidad y autonomía. Pero no como comunidad o unidad cerrada, si no inmersa en una red de interelaciones interdependientes, a su vez necesarias y base de la praxis instituyente.

Edurne Bagué. Antropológa, Doctoranda CIESAS CDMX, Especialidad: Agua, sociedad y cultura. Militante de Embat